Nos encontramos en un periodo de contradicciones, en el que la burguesía se apodera paulatinamente de las manifestaciones artísticas. Así, el artista y el cliente pertenecen a una clase social.

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El artista se independiza, creando una nueva relación entre el artista y el vendedor: el comercio. Este, sustituye a la pintura por encargo real y se potencian las subastas como forma de venta.

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El arte y el artista, pertenecen por tanto a la ciudad, al aficionado del arte y no al rey.