El  artista  se  convierte  en  un  auténtico demiurgo social, implicado no sólo en el cambio de las concepciones artísticas, sino también en el cambio social a partir de los cambios introducidos en el arte. De hecho, vanguardia tiene una connotación militar, combativa, y, a la vez, social y política.
 

El artista obtendrá notoriedad y prestigio social, y se convertirá en un personaje influyente al que normalmente se asocia creatividad y excentricidad.

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Por otra parte, se reivindicará el arte por el arte, denunciando la posibilidad de producir objetos artísticos como mercancía, liberando a éste de la servidumbre utilitarista  que arrastraba desde los sistemas gremiales.

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Sin embargo, paradójicamente, se creará alrededor del arte un mercado especulativo que nada tendrá que ver ya con la perfección técnica, sino, más bien con el prestigio social o con la moda, y a veces por meros motivos intrínsecos del capitalismo.